Antonio Abad Lugo Machín, nació en Sagua la Grande un pueblo de la provincia de Villa Clara en la costa norte de Cuba, el 11 de febrero de 1903 y falleció en Madrid el 4 de agosto de 1977, era miembro de una familia humilde de quince hermanos de esa localidad cubana, trabajó de niño en diversos oficios. Sus padres fueron un emigrante gallego, Juan José Lugo Padron, un orensano de acogida, ya que nació en en el pueblecito de Láncara (Lugo), el mismo pueblo donde nació el padre de Fidel Castro, José Lugo emigró a Cuba en 1873 y una afrocubana, Leoncia Machín. Su infancia, según declararía el artista a una periodista española, fue bastante feliz dentro de lo que cabe dentro de la posición de su familia, que no eran ni muy ricos ni muy pobres.
Doña Leoncia alumbró 15 vástagos, y al igual que la fecha de nacimiento del cantante, le ha sido imposible de dilucidar a su biógrafo, los primeros hijos vinieron al mundo en la hacienda de la que su padre era dueño, y la Guerra de Independencia, puesta en marcha por los mambises bajo los norteamericanos, había acabado con la prosperidad familiar, cuando prendieron fuego a la plantación no se sabe si los cubanos o los españoles con la cosecha, ardieron los almacenes, los aperos, la casa, todo, y sobre la vida desahogada y feliz de los Lugo Machín se cernió la sombra de la ruina.
Ello no impidió que el artista siempre recordara a su madre, cuando no estaba embarazada, bailando, no hay duda alguna de que fue ella a la que el artista quiso tanto como a su hija quien inculcó en el pequeño Antonio la pasión por la música, a los siete años, su madre le enseñó una canción, "La Tísica" y le llevaron a un escenario donde tuvo un gran éxito.
En 1911, el párroco de Sagua la Grande le pone a cantar en su altar mayor, y en cierta ocasión, con motivo de una fiesta benéfica, interpreta el Ave María de Schubert subido a una silla, ahí se gana el aplauso de toda la población. Acaso consciente de que la única redención posible para los mulatos es la música, olvida sus sueños infantiles, en los que se veía abogado o ingeniero y adolescente aún, está decidido a ser cantante.
Llega el cantante a La Habana en 1926, e inmediatamente, se pone a ofrecerse a los tríos de músicos que actúan en los cafetines para hacer la segunda voz, pero como nadie le conoce, no consigue meter la cabeza en aquel mundillo, lejos de arredrarse ante la adversidad, comienza a buscar trabajos en edificios en construcción, y en uno de ellos da con un capataz sevillano que simpatiza con él, era José Martínez, ese andaluz habría de ser para Machín una especie de ángel tutelar, y es curioso comprobar los vínculos que ya desde entonces, y sin conocer todavía la ciudad andaluza, Machín tuvo con Sevilla , más tarde en el año 1945, el cantante se casaría con Alicia Rodriguez una cordobesa afincada allí.
Aún albañil en La Habana, cuando acaban en el tajo, Antonio y José, todo un noctámbulo, frecuentan los cafetines, tabernas y quioscos de la ciudad.
El sevillano, un figura en dichos ambientes, introduce en ellos a Machín, es más, el día que el artista le dice que quiere dejar la espátula para cantar, es Martínez quien le presenta a un amigo guitarrista Miguel Zaballa, quien no dudó en asociarse con Machín, muy pronto la reputación del dúo fue creciendo entre los señores, cuyas fiestas animaban, pero el destino del artista le estaba esperando en una emisora a la que acudió a cantar, pues allí coincidiría con Justo Azpiazu, el hombre que iba a cambiar su vida catapultándolo vertiginosamente hacia el éxito, la fama y el dinero.
Era Justo Azpiazu el director de la Orquesta del Casino Nacional de La Habana, que fascinado con la voz de Machín, lo contrató como segundo cantante.
Pese al puesto y pese a que por aquel entonces la sala era más racista que el Cotton Club los negros ni siquiera podían entrar a trabajar, Antonio no tardaría en medrar, además de ser la primera voz de color que animó el Casino, supo ganarse a su público hasta el punto de que a las pocas semanas, ya cobraba la fortuna de diez dólares al día.
Era el año 1929 y fue entonces cuando al artista se le ofreció el primer contrato para venir a España, pero parece ser que Machín declinó la oferta por discrepancias con Zaballa y prefirió partir a Nueva York.
Cuando el cantante llegó a ella, la ciudad de los rascacielos vivía las postrimerías de lo que Scott Fitzgerald fue a llamar "la era del jazz", era el año 1930 y el crack que meses antes asolara Wall Street seguía causando estragos, quizás por ello, el 26 de abril, el artista fue tan bien recibido en su presentación en el Palace de Broadway.
Antonio Machín decía y así consta en más de una entrevista que jamás tuvo problemas de racismo en Norteamérica, porque hablaba español y los negros hispanos no estaban mal vistos entonces, y más si sus canciones se convertían en un fenómeno social capaz de hacer olvidar la deprimente realidad económica.
Ése fue exactamente el caso de "El Manisero", primera grabación cubana de Machín, que, en su versión norteamericana para la RCA, vendió más de un millón de discos, es desde entonces cuando se conserva el primer recuerdo nítido de sus maracas, muchos de sus admiradores sostienen que los años que siguieron, junto con los 15 primeros de su etapa española, musicalmente hablando, fueron los mejores.
Con el cuarteto, el sexteto o el septeto, bien con su propia orquesta o bien con la de Azpiazu, las grabaciones se suceden, piezas de entonces son "Aquellos ojos verdes", "A chapear nos manda el mayoral", "Ay! Mamá Inés", "Reina guajira", "Mamá, yo quiero un yoyo", "A Baracoa me voy"...
Pedro Heredia, el primer biógrafo de Machín, estima que el cantante abandonó Nueva York en 1935, para seguir los pasos a Delita, la bailarina que le inspiraba en aquel tiempo, sin embargo, habida cuenta de que cuando Delita regresó a La Habana, Antonio se vino a Europa, y se supone que pudieron ser los disturbios raciales desatados en Harlem aquel año los que hicieron que el vocalista cruzara el Atlántico, aquel recuerdo que guardaba del viejo continente era el de la tolerancia racial de París, ciudad que visitara en 1934 junto a la orquesta de Justo Azpiazu.
El primer destino de su segunda visita a Europa fue Londres, fue un contrato para actuar en el teatro Adelphya le llevó a la capital inglesa, su espectáculo de entonces, "La vida empieza a las 8.40" conquistó a los londinenses, pero el artista ya habia tomado la determinación de instalarse en París.
Olvidada ya Delita, el cantante se enamoró de una francesa, Line, con ella y con su orquesta realizaría una gira por Suecia, y estuvo a punto de instalarse en Estocolmo, pero el frío le hizo volver a París, ya de nuevo en la Ciudad de la Luz, el artista frecuenta la bohemia de Montmatre, y fue aquel un periodo del que nunca quiso hablar, al que la guerra habría de ponerle punto final. "Siempre soñé con la tierra de mi padre, de pequeño, le oía con frecuencia contar las bellezas de los paisajes gallegos", declaró el artista.
Aunque vino con el propósito de quedarse únicamente mientras durara la guerra, para volver con la paz a París, el amor que le inspiró España fue inmediato: "Decidí venir a esta bendita tierra en tan buena hora que aquí lo hallé todo".
Sus primeras actuaciones en España tuvieron lugar en Barcelona y Sevilla, fueron sus lugares preferidos de nuestra geografía, pero cantó una y otra vez en todas las plazas. El decía que "En todas partes encontré y encuentro aplausos que nunca agradeceré bastante". Temas como "Dos Gardenias", "Somos", "Madrecita" o "Angelitos Negros" fueron a dar alegría al proverbial aburrimiento de la España franquista.
Machín interpretó cerca de 2.000 temas, y llegó a España cuando los nazis se disponían a invadir su amado París, corría entonces el año 1939 y las caras negras que se veían a este lado de los Pirineos no debían de ser más de 10 o 12 "negritos", que se les llamaba, solo había en las huchas con las que los niños postulaban para las misiones, salvo una minoría, que no era otra cosa que la excepción que confirmaba la regla, todo el mundo simpatizaba con ellos.
Muy probablemente, fue el primer negro que protagonizó un matrimonio interracial en este país. María de los Ángeles Rodríguez, su mujer, hizo de él un hombre hogareño que acabó viviendo en España más que en ningún otro lugar, ya al final de sus días, mientras sus boleros empezaban a dejarse de escuchar, pudo ver cómo se le convertía en un rey de la canción nacional.
Antonio Machín era una esponja tremenda, en la cual cabía "El manisero", "Angelitos negros" y el repertorio de Oswaldo Farrés, así como también podía cantar guarachas con idéntica y pasmosa tranquilidad, se lo sabía todo, y alrededor de aquellas canciones, que eran historias, nacieron las vidas sentimentales de las gentes, en ello Machín resultó fundamental, su voz le salía del corazón desde que su madre le enseñó "La Tísica".
Ahora vuelve a estar de moda con una biografía, una película y un disco, en realidad, el artista que con sus boleros tanto contribuyó a la natalidad española en los 60, ha seguido vivo 45 años después de su muerte.
Era muy querido en nuestro país por su carácter humilde y afable, fue idolatrado hasta equipararse a las grandes estrellas de la copla, convirtiéndose en la década de los 50 en máxima figura del ritmo cubano gracias al auge del chachachá. Aquí grabó una gran parte de las 500 canciones de su carrera, que se prolongó hasta prácticamente su muerte en 1977. Su última actuación tuvo lugar en la localidad sevillana de Alcalá de Guadaira el 7 de junio de 1977, de la que salió muy agotado pues sufría una grave dolencia de pulmón, falleciendo dos meses después, el 4 de agosto, en su casa de Madrid.
Su deseo fue ser enterrado en Sevilla, donde reposa en una tumba del cementerio de San Fernando, y donde desde 2006 una estatua suya, obra del escultor Guillermo Plaza, en la plaza Carmen Benítez mira hacia esa hermandad de los negritos a la que Antonio Machín tenía gran devoción.
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Recordándolo en "Toda una Vida"
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